Una tarde
cualquiera,
En donde los
calores del verano obligan a abrir las persianas,
Y el sudor
en el cuello recuerda la necesidad de encender algo más que el abanico del
consultorio,
Ella recibe
una propuesta, de esas imposibles de declinar.
Una nota bajo
la puerta,
Un papel
arrugado,
Un puñado de
letras invitándola a un viaje,
Un paseo entrañable
por el vergel de los placeres.
Simple:
“Tengamos
sexo de oficina”
De pronto,
Las
palpitaciones aumentan,
Ella corre
hacia la puerta,
Esa que la
separará del resto de sus compañeros;
Muertos
vivientes,
Adormecidos
desde el alma
Y con el
regodeo por dentro;
Escucha, sigilosa, las palabras de su amante: “ya limpié el escritorio”,
En tanto ella
pasa el cerrojo, él la embiste aprisionándola,
Enganchándola contra aquella
puerta,
Primera
testigo de tan pueril derroche de antojos.
Los labios
de aquel amante la empapan de desenfreno,
Su
respiración deja un leve murmullo en el cuarto.
Sus manos,
las de él, recorren aquellas piernas,
Tan de ella,
tan de él,
Que no precisa
cruces dibujadas para dar con sus tesoros.
La falda se
encoje, la lencería… ya es cosa del pasado.
Allí,
Contra la puerta,
Jugueteando
con sus dedos,
Ella busca
la forma para entre éstos y sus dientes
Ir
desabrochando, uno a uno, los botones de esa camisa,
Esa que
ahora entorpece el camino de su lengua.
Sus manos se
despiden de un cinturón,
Protagonista,
quizá, de la obra de al lado.
Él
desespera,
Y en un
arrebato de pasión,
La toma por los muslos,
Enroscándosela así en la cintura,
Un gemido
retumba en aquella oficina.
Rumbo al
escritorio,
Ella se
despoja de lo poco que queda de su blusa,
Sus anteojos ahora, le amplificarán la imagen al
suelo,
Ese mismo
que cobija los vestigios de lo que alguna vez fuera ropa.
Sobre el escritorio,
Aún con falda, pero sin blusa,
El frío hace
bailar los lunares de su espalda,
Una mirada
de complicidad relata cuánta pasión hay en ellos,
Cuánto
deseo, cuánta euforia.
Él la
recorre con su lengua,
Primero el
cuello, los hombros, los brazos
Y mientras la sostiene por la espalda con una mano,
Con la otra
se deshace del sostén,
Es en este
momento que sus dientes dibujan paraísos en sus pezones.
Ella, que
había desenroscado sus piernas,
Vuelve a engancharse,
empujándolo hacia su cuerpo,
Son sus uñas
las que ahora marcan el trayecto que más
tarde recorrerá con aceites y saliva.
El resto de los atuendos han dejado de estorbar.
Él busca
humedecer sus labios con los de ella,
Deja el
paraíso de sus pezones y comienza a
bajar,
Su lengua
anuncia su presencia,
Trazando
figuras de principio a fin,
Se introduce
en su cuerpo.
En éxtasis
ella se levanta,
Ya de frente
al cuerpo desnudo de su amante,
Dibuja
flechas y caminos en el lienzo de su cuerpo,
Disponiéndose
a recorrerlos pausada pero ferozmente,
Cual depredador midiendo a su presa.
Ella baja,
Cada vez más
y más
Y se detiene
entretenida con el elixir que se deprende del cuerpo de su amante.
Él la toma
del cabello,
La observa
de rodillas frente a él,
La levanta,
La besa cual
si sus labios le otorgaran vida,
Retorciéndose,
rogando por más,
Más besos,
más lengua, más dientes, más manos, más uñas.
Las ganas de
ser una sola piel
Es cada vez
más fuerte,
Sus miradas
cómplices se conectan
Mientras él
la penetra poco a poco.
Los gemidos
son ahora la melodía que los acompaña,
El éxtasis
de sentir el cuerpo de su amante dentro del suyo,
La hace
danzar,
Seguir el
ritmo que él marca,
Esperando al
final de la melodía
Estallar en
sensaciones,
Las manos
hacia atrás,
Los dos
convertidos en una amalgama de placer,
Un suspiro,
otro más,
Tensión
La explosión
mayor,
El clímax,
el gran final.
Esa
oficina,
Ese consultorio,
Una tarde
cualquiera,
Un verano
caluroso,
Jamás volvió a sentirse igual....