22 de enero de 2013

Saboteando al sabotaje


“No es lo mismo verla venir que bailar con ella”, cuántas veces he escuchado esa frase, popularmente utilizada para sinnúmero de situaciones.  Tantos que deciden bailar, tantos que huyen antes de que suene el primer acorde.
-yo misma he bailado, yo misma he huido-
El [auto] sabotaje, es algo curioso, porque quienes lo practican, siempre llegan al momento en el que se detienen a contemplarlo, e incluso se preguntan: ¿será esto un simple sabotaje o realmente será mejor que digan –y aquí figura otra famosa frase que dice- “[es mejor] aquí corrió que aquí murió”?
En esta realidad que nos distingue, en donde los tiroteos son los nuevos arreglos de la sinfonía del “pan nuestro de cada día”, en dónde deseamos la muerte de nuestro prójimo  y nos “alegramos” por los logros ajenos mas no buscamos los propios. En donde criticamos el uso de sustancias para el cumplimiento de un trabajo, cuando claramente sin la “tacita de café” muchos no lograríamos llegar a medio día.
En esta realidad, huir, es el método que por excelencia nos asegura la sobrevivencia. Sin embargo, pareciera importante recalcar que,  quien no ha padecido de gripe no ha tenido la oportunidad de generar los anticuerpos que evitarán posteriores enfermedades. Por lo tanto, quien siempre ha huido al ver  la mínima dificultad o riesgo de herida, difícilmente vaya a lograr incorporar nuevas armas o herramientas, para soslayar, en el futuro, un posible ataque.
El mundo está lleno de pendejos. Hay quienes temen ver directamente al sol, pues alguna vez escucharon a su abuela decir que les quemaría los ojos, están los que no visitan cementerios de noche, pues el niño que traen podría verse afectado, quienes no viajan pensando que podrían enfermarse, quienes no abrazan creyendo que sus brazos podrían ser cortados, quienes no conversan por temor a escucharse ignorante, conozco también a los que no experimentan, estos últimos tiemblan ante la idea de equivocarse. Y hay de los que no aman, pues prefieren el dolor de su soledad, la ya conocida, saboreada y domada… el temor, no hace falta mencionarlo.
Al fin de cuentas, la cobardía por dolores desconocidos –a bailar con ella- castra o escinde la posibilidad de experimentar placeres infinitos. Lo que hace que los placeres ya conocidos y deshilachados de tajo a rajo se conviertan en superfluos, en cotidianidades grisáceas. O sea, ese miedo  de quedarse sin colores en su paleta, hace que cada persona se limite a los tonos ya conocidos, los que hacen que sus pinturas parecieran sin vida.
Resumiendo, el miedo a vivir no está quitando la vida; el miedo a aprender nos está dejando ignorantes.. y el miedo a amar?
Y así, con la vida escapándosenos, huyendo antes de bailar un tango con nosotros, dejamos de respirar, dejamos de sentir, nos convertimos en una máquina más de este gran engranaje que algunos llamamos vida.
Bailemos! que el próximo fin del mundo nos pase de largo, que la monotonía se desmiembre, que esa que se acerca, que viene hasta nosotros nos alumbre, nos coloree y nos llene la paleta de matices jamás vistos en un atardecer. Olvidémonos de dolores, de miedos y de heridas, vivamos relegando el sabotaje, limitándolo a aquellas noches de niños en que queríamos dormirnos un poco más tarde y levantarnos nomás que a jugar.
¿Qué tal si optamos por sabotear al sabotaje?

Si me tuviera que despedir


Si me tuviera que despedir,
Querría  decirte que mi risa fue siempre real,
Mi cariño puro,
Y mi anhelo sincero.
Si me tuviera que despedir,
Me gustaría saberlo para poder agradecer,
Tantos suspiros, tantos sueños,
Tantas manías,
Agradecer saberme viva,
Y  haber podido acomodarme en tu piel.
Si me tuviera que despedir,
De aquellos besos que me entregaste con alevosía,
Que calladamente imprimiste en mis labios
Y desmesuradamente colocaste en mi imposible.
Si de todo eso me tuviera que despedir,
Esperaría poder  arrancarme los labios,
Para que con tus últimos besos éstos se desvanecieran,
Para no torturarlos más con otra boca,
Llena de pasado,
Sumergida en un mar de temores y traumas extranjeros.
Porque aquélla que tan firme advertiste,
Que tan convencida se podía encontrar,
Aquélla,
La que conociste,
Hoy se encuentra perdida en lo absurdo,
Hoy busca límites en fronteras nunca vistas,
Hoy desconoce la canción que de tus melodías nace.
Aquélla,
La valiente, la valerosa,
No es hoy más que un manojo de miedos,
Una habitación a punto de ser desalojada,
Un sillón abandonado,
Y una cama vacía.
Pero si hoy me tuviera que despedir,
A pesar de mis fantasmas,
Y más allá de los besos y las caricias,
Te desearía una buena luz,
Un camino otoñal,
Una gran aventura
Y un apasionado calor.