“No es lo
mismo verla venir que bailar con ella”, cuántas veces he escuchado esa frase,
popularmente utilizada para sinnúmero de situaciones. Tantos que deciden bailar, tantos que huyen
antes de que suene el primer acorde.
-yo misma he
bailado, yo misma he huido-
El [auto] sabotaje,
es algo curioso, porque quienes lo practican, siempre llegan al momento en el
que se detienen a contemplarlo, e incluso se preguntan: ¿será esto un simple sabotaje
o realmente será mejor que digan –y aquí figura otra famosa frase que dice- “[es
mejor] aquí corrió que aquí murió”?
En esta
realidad que nos distingue, en donde los tiroteos son los nuevos arreglos de la
sinfonía del “pan nuestro de cada día”, en dónde deseamos la muerte de nuestro prójimo
y nos “alegramos” por los logros ajenos
mas no buscamos los propios. En donde criticamos el uso de sustancias para el
cumplimiento de un trabajo, cuando claramente sin la “tacita de café” muchos no
lograríamos llegar a medio día.
En esta realidad,
huir, es el método que por excelencia nos asegura la sobrevivencia. Sin
embargo, pareciera importante recalcar que, quien no ha padecido de gripe no ha tenido la
oportunidad de generar los anticuerpos que evitarán posteriores enfermedades. Por
lo tanto, quien siempre ha huido al ver la mínima dificultad o riesgo de herida, difícilmente
vaya a lograr incorporar nuevas armas o herramientas, para soslayar, en el
futuro, un posible ataque.
El mundo
está lleno de pendejos. Hay quienes temen ver directamente al sol, pues alguna
vez escucharon a su abuela decir que les quemaría los ojos, están los que no
visitan cementerios de noche, pues el niño que traen podría verse afectado,
quienes no viajan pensando que podrían enfermarse, quienes no abrazan creyendo que
sus brazos podrían ser cortados, quienes no conversan por temor a escucharse
ignorante, conozco también a los que no experimentan, estos últimos tiemblan
ante la idea de equivocarse. Y hay de los que no aman, pues prefieren el dolor
de su soledad, la ya conocida, saboreada y domada… el temor, no hace falta
mencionarlo.
Al fin de
cuentas, la cobardía por dolores desconocidos –a bailar con ella- castra o escinde
la posibilidad de experimentar placeres infinitos. Lo que hace que los placeres
ya conocidos y deshilachados de tajo a rajo se conviertan en superfluos, en
cotidianidades grisáceas. O sea, ese miedo
de quedarse sin colores en su paleta, hace que cada persona se limite a
los tonos ya conocidos, los que hacen que sus pinturas parecieran sin vida.
Resumiendo,
el miedo a vivir no está quitando la vida; el miedo a aprender nos está dejando
ignorantes.. y el miedo a amar?
Y así, con
la vida escapándosenos, huyendo antes de bailar un tango con nosotros, dejamos
de respirar, dejamos de sentir, nos convertimos en una máquina más de este gran
engranaje que algunos llamamos vida.
Bailemos!
que el próximo fin del mundo nos pase de largo, que la monotonía se desmiembre,
que esa que se acerca, que viene hasta nosotros nos alumbre, nos coloree y nos
llene la paleta de matices jamás vistos en un atardecer. Olvidémonos de
dolores, de miedos y de heridas, vivamos relegando el sabotaje, limitándolo a
aquellas noches de niños en que queríamos dormirnos un poco más tarde y
levantarnos nomás que a jugar.
¿Qué tal si optamos por sabotear al sabotaje?